Lo más sorprendente de la prensa son los titulares. Si el periodista en cuestión escoge uno bueno, conseguirá que su reportaje sea leído por miles de personas. Pero si, por el contrario, en el momento de escribirlo, las musas no revolotean a su alrededor, el estímulo del lector no llegará a germinar y nadie o muy pocos osarán aventurarse más allá de la primera línea.
Hace unos días, un periódico por todos conocido rezaba lo siguiente en su segunda página: “El pasaporte covid logra convencer a 83.000 reacios a la vacuna en la Comunidad”. Gran titular. Desde luego te veías abocado a continuar leyendo. Y conforme lo ibas haciendo y al mismo tiempo dejabas trabajar a tu intelecto, llegabas a la conclusión de que las palabras utilizadas por el periodista habían sido elegidas con suma cautela para tratar de encubrir la elemental contradicción de que adolecía aquella primera frase.
El pasaporte covid no ha convencido prácticamente a nadie para que se vacune. Basta con salir a la calle, retirarse la sobrante mascarilla y conversar con aquellos que ya han perdido el miedo a relacionarse para llegar a esta categórica conclusión.
Y es que convencer, según el Diccionario de la Real Academia, consiste en “mover con razones a alguien a hacer algo o a mudar de dictamen o de comportamiento”. Y en el caso que nos ocupa ni el Gobierno central ni los Ejecutivos autonómicos han invertido ni un segundo de su tiempo en proporcionar a la población una información concisa, completa e inteligible sobre la vacuna y sus consecuencias. Lo único que han hecho es diseñar e implementar coloridas campañas de marketing dirigidas a que los ciudadanos se inoculen. En vez de salir a la palestra y hablar con sinceridad sobre los pros y los contras de la vacuna, especialmente en los niños, sus posibles efectos secundarios a corto, medio y largo plazo, el contenido de los contratos firmados con las farmacéuticas, las exenciones de responsabilidad y muchas otras cuestiones de relevancia para formarse un criterio, unos y otros han recurrido a lo fácil, a prohibir e imponer, como si nosotros, los ciudadanos, fuéramos indefensos impúberes necesitados de tutela. La imposición ha sido la nota característica de los dos últimos años. Algo impropio de un Estado que se autodefina en su Constitución como democrático.
Miguel de Unamuno, poco después de comenzada la Guerra Civil, en aquel episodio tan recordado en la Universidad de Salamanca, se dirigió a un auditorio lleno de exaltados y dijo: “venceréis, pero no convenceréis”. Una sentencia que, por desgracia, ha recobrado una vigencia inusitada ochenta y cinco años más tarde. Porque hasta el momento han vencido quienes limitan y restringen derechos, quienes desean una ciudadanía sumisa que no proteste por las tropelías a que se les somete a diario. Han vencido, pero no han convencido.
El pasaporte Covid, tal y como se ha implantado, se parece mucho a una coacción perpetrada por los Ejecutivos de determinadas comunidades autónomas para engordar las estadísticas de vacunados en sus respectivos territorios. Todo ello mientras aprueban sucesivos recortes en sanidad que se resumen en menos hospitales, menos médicos y menos camas. Eso sí, la culpa de saturar las UCIs la tiene el ciudadano. Y por ello, para que lo tenga bien presente, si usted no se vacuna no podrá ir a restaurantes, ni a bares, ni a gimnasios, ni al cine, ni al teatro, ni a conciertos. Es decir, si usted no se vacuna ya puede ir despidiéndose de su ocio y prepararse para consagrar su vida al trabajo, que no pueden prohibir por cuestiones meramente presupuestarias (las únicas y verdaderas).
Es por ello que me resulta chocante que el periodista mencionado al inicio utilizase el verbo “convencer” (y lo hiciese sin comillas) y no el que realmente corresponde: coaccionar. Pues dada la ausencia de argumentos podría concluirse que no se ha convencido a nadie, a ningún rezagado, como decía el titular. Simplemente se han introducido tantas prohibiciones absurdas a quienes rechacen la vacuna que muchos han decidido pasar por el aro para que, de una vez por todas, “les dejen vivir en paz”.
No es de extrañar que, conforme pasa el tiempo, la desafección política se extienda más y que, cuando llegan las elecciones, cada día más ciudadanos apliquen la misma máxima que han manejado con la implantación del pasaporte covid, lo cual, en el día de la fiesta de la democracia, se concreta en quedarse en casa durmiendo o en salir a pasear mientras los apoderados e interventores de uno y otro partido conversan sobre el tiempo en una sala vacía.